martes, 22 de junio de 2010

MONSIVÁIS, EL SUB Y LA HUELGA DE LA UNAM

Por Ernesto Armendáriz Ramírez


La huelga estudiantil de la UNAM en 1999 fue una experiencia hostil. En los pasillos y áulas de la Facultad de Ciencias Políticas, los ánimos estaban a flor de piel y el ala ultra era particularmente belicosa. Claro, siendo adversario de la ultra, uno no se amedrentaba, y decir éramos un corderito pues tampoco, pero nunca pisamos los extremos. Y es que la ultra desplegó todo un catálogo de practicas estalinistas: expulsión de compañeros por el sólo hecho de disentir políticamente, acusaciones de traición y escarmientos públicos. Hubo, por supuesto, violencia física: un Consejero Universitario estudiante de la Escuela de Trabajo Social fue salvajemente agredido, y su foto en la prensa mostró un rostro colmado de lesiones y hematomas. El mayor extremo ocurrió precisamente en Ciencias Políticas: el sector ultra sometió a varios funcionarios en la explanada durante varias horas, les quitaron la ropa y los hicieron ponerse de cuclillas en fila india. Eran los niños del Señor de las Moscas y su isla el campus de la UNAM.

Esta violencia ya la habíamos previsto quienes también luchábamos contra las cuotas. Advertíamos que la ultra tenía información privilegiada, intuíamos que alguien los ayudaba, trabajábamos con la certeza de enfrentar no a los ultras, sino a Ernesto Zedillo manipulando ese bloque estudiantil. Había detalles que nos llamaban la atención: en 1999 los célulares eran caros y escasos, y algunos ultras los utilizaban pródigamente; otro dato: en las marchas, los ultras gustaban llevar banderas del PRD para quemarlas frente a la prensa, algo fuera de contexto. No estábamos tan equivocados: el periodista Jaime Avilés reveló el encuentro de Adolfo Orive, funcionario de la Secretaria de Gobernación y principal estratega contrainsurgente en Chiapas, con Víctor Plata, cabeza visible de los organismos estudiantiles ultras. Gobernación tenía pues las manos metidas en el conflicto, si no con todos, sí con algunos sectores de la ultra.

Quienes nos oponíamos a las cuotas con otros métodos y otro discurso, estábamos en desventaja. Para desprestigiarnos, comenzaron a acuñar un término que siempre me ha resultado deleznable: los moderados. Con la certeza de actuar con toda justicia y razón, por supuesto no dudamos en señalar el estalinismo de izquierda practicado por la ultra y alentado desde Bucareli, a pesar de obtener motes despectivos.

En ese contexto, llegó un comunicado desde las montañas del sureste mexicano, firmado por el Subcomandante Marcos. Para comprender la magnitud y peso real del comunicado, es importante recordar que en ese momento Marcos lo era todo y lo que le sigue: figura emblemática, ídolo, gurú, y si no fuera por Eric Clapton, Dios. A Marcos no se le admiraba, se le oraba y rezaba, tomar el periódico para leerlo era la experiencia religiosa del momento. Con esa enorme autoridad moral su sombra era avasalladora y colmaba todo el espectro de tus ideales. Era el inobjetable, el irrefutable, el dime lo que quieras, yo te creo.

El comunicado de Marcos fue demoledor: que la ultra era un dechado de congruencia, que los moderados éramos los hijos adoptivos de la nefasta Rosario Robles y que en consecuencia valíamos un cacahuate. El texto mermó los ánimos, rompió confianzas, destruyó ideales y reposicionó las fuerzas al interior del movimiento a favor del estalinismo. Era una desazón muy grande, pues siendo blanco de sus ataques éramos al mismo tiempo sus seguidores y de los más comprometidos. Recolectamos kilos de frijol y arroz para las caravanas, pegamos sus pósters en las calles, repartimos miles de volantes, fuimos a apoyarlos a Chiapas en las convenciones y campamentos: difundíamos su causa en cuanto lugar y hora podíamos. ¿Cómo decirle al Subcomandante Marcos que estaba equivocado? ¿Cómo refutarle su verdad? No teníamos más que la impotencia en las manos.

Por eso es importantísimo recordar el valor de la pluma de Carlos Monsiváis, pues fue él quien se encargo de hacer pomada la postura errada del Subcomandante. Fue ese Monsiváis que hoy todos elogian y recuerdan, quien con un artículo de opinión nos arropó y nos restituyó la certeza de que nuestros planteamientos, contrarios al estalinismo, eran pertinentes y válidos, fue él quien exhibió la falta de información del Subcomandante y quien, desde la trinchera misma de la izquierda, esclareció como ningún otro la intransigencia, el autoritarismo, la intolerancia y el dogmatismo de esa legítima huelga estudiantil hegemonizada a fuerza de imposiciones. Monsiváis llegó como el hermano mayor que en el barrio cae del cielo oportunamente para defenderte de los grandulones que te están dando de patadas. Al Subcomandante Marcos lo sigo respetando muchísimo. Creo que han sido más sus aciertos que sus yerros. Pero a la hora de señalar sus desatinos, nadie lo pudo hacer mejor que el propio Monsiváis.


“De la búsqueda belicosa del Nada” se publico el 19 de octubre de 1999 en La Jornada, y desde que salió esa mañana, leí y releí cantidad de veces dicho artículo. Es un garbanzo de a libra que muestra la agudeza deliberativa en materia política del maestro Monsiváis. Cuando Cervantes, a través de Don Quijote, dijo que Demóstenes y Cicerón eran los mayores retóricos del mundo, no imagino que ibamos a trazar el paralelismo al colocar a Monsiváis dentro de los mayores de México. Lo vuelvo a sugerir y recomendar: con su muerte, el mejor homenaje es leer y releer al Master de Monsiváis.