miércoles, 13 de octubre de 2010

BANDAS DE CULTO III.- PIXIES: HERMANITA VEN CONMIGO, A DÓNDE NO HAY SUFRIMIENTO



Por Neto Ramone

A finales de los años ochenta, sin internet (casi casi a la luz de las velas), los discos de Pixies se te escondían en la ciudad (¿por la magia los traviesos aluxes yucatecos?). A los Pixies llegabas por recomendación auditiva o por accidente-casualidad, ninguna corporación los promovía. Eran difíciles de localizar: como el bello canto de una alondra refugiada en lo más profundo del bosque.

Antes del monopolio de las tiendas Mixup (para variar, propiedad de Carlos Slim), había unos Discos Zorba, que editaron una Agenda 1990, llegada a mis manos en diciembre de 1989 como un regalo de mi amiga Cuapio: yo tenía 14 años y la agenda fue una verdadera guía espiritual. En ella venía una brevísima reseña de Pixies, que por supuesto despertaron mi curiosidad, satisfecha en un puesto del Tianguis del Chopo con la adquisición de un casset pirata de 90 minutos con dos gemas: los álbums “Come on Pilgrim” y el “Surfer Rosa”.

Lo confieso: al principio oculte mi afición por los Pixies. Era socialmente inadmisible que un metalero disfrutara de esas “melodías”. Si el consumo rockero era colectivo y te homologaba en los conciertos, a los Pixies los coloqué en una intimidad infranqueable: un pollito debajo del ala de su jefecita la gallina.

En la prepa, me la pasaba sentado en los muros bajos de los pasillos del CCH Naucalpan, y en las horas muertas ponía en el viejo walkman de pilas ese casset de los Pixies, y con la anuencia de la Señora Juana (mejor conocida como Doña Pelos, la del 4-bis), sentía como los párpados se volvían gafas y los sentidos se agudizaban, y el calor del sol y los vientos ligeros me acariciaban, y las canciones endulzaban y entrabas instantáneamente en comunión con esa banda de Boston, como si te mecieras en una hamaca bajo la sombra de una palmera en la Playa Inmortalidad. Los Pixies fueron una caja de crayolas que use para colorear la grisura del papel estraza de mi entorno suburbano naucalpense.

sábado, 2 de octubre de 2010

BANDAS DE CULTO II.- BODY COUNT: CUANDO EL RACISMO BLANCO SE TOPO CON EL PODER NEGRO



Por Neto Ramone

Malcom X le objetaba a Martin Luther King su pacifismo: “el reverendo plantea que si te golpean pongas la otra mejilla, nosotros planteamos que si te golpean respondas”. Malcom X pensaba por supuesto en una respuesta política organizada. El Partido de los Panteras Negras, originarios de Oakland, fueron el grupo más consecuente y con mayor perspectiva política después de Malcom X: la más lúcida manifestación de la dignidad afroamericana.

Tres décadas después los negros no pusieron la otra mejilla, respondieron, pero sin organización, sin ideologías, sin líderes ni referencias históricas, guiados única y exclusivamente por la ira y la indignación. No iban a ninguna parte, respondieron con excesos, rapiña, incendios, violencia y homicidios. No era el derrotero, por supuesto, que querían Malcom X o los Panteras Negras: era el efecto y la consecuencia del racismo blanco.

La rabia explotó el 29 de abril de 1992 en el sur de Los Ángeles. Cuando un jurado blanco absolvió a cuatro policías que habían golpeado salvajemente a un ciudadano indefenso negro, la población negra, harta del desempleo, cansados del maltrato de los tenderos coreanos, fastidiados de la impunidad y corrupción del poder blanco, salieron a las calles y golpearon a transeúntes y automovilistas blancos, hicieron huir a la policía, saquearon comercios y los incendiaron. La Guardia Nacional tuvo que enviar tropas, más de cuatro mil efectivos, para controlar la situación después de cuatros días de caos.

Un mes antes de éstos acontecimientos, una banda de heavy metal había previsto la batalla: Body Count. La banda angelina, lidereada por Ice T, compuso un tema paradigmático: “Cop Killer”. El policía: ese representante repulsivo del poder, la corrupción por antonomasia, el personaje público más defenestrado y aborrecido por los ciudadanos de a pie. Culparon a Body Count de incitar la violencia: que errados estaban. Ice T sólo tuvo claridad de miras; la culpa era del sistema: del racismo blanco, de Bush padre que llevó a sus jóvenes a morir en Irak y en su país los relegaba al desempleo, de una sociedad “modelo” enferma del cáncer del racismo.

Lo extraordinario de Body Count era que estaba integrada exclusivamente por negros, cuando el metal era monopolio de blancos. No fueron los primeros ni los únicos, pero si los más representativos: Body Count tiene el gran mérito de haberles arrebatado a los blancos la exclusividad del género. Un ejercicio artístico provocativo y temerario: no usaron el hip hop, que Ice T dominaba magistralmente y era pionero en su creación y desarrollo; lo hicieron con las armas culturales de los blancos, y lo hicieron con maestría y pulcritud.

El metal se autolimito adjudicándose el papel contestatario al cristianismo, ideológicamente encarno una rebeldía fofa, con Satanás convertido en una deidad igual de desacreditada que su adversario Jesucristo. El tema tuvo pocas variantes, y la Maldad dejó de serlo por repetitiva. Body Count vino a rediseñar el mapa: no más diablos oníricos, el infierno lo tenemos aquí y ahora, con policías racistas, un sistema de justicia que se vende al mejor postor y el gobierno de Bush en perpetúa guerra contra el pueblo afroamericano.

Pasada la violencia de abril de 1992 en Los Ángeles, muchas bandas de rock compusieron canciones y armaron discos inspirándose en los hechos. Entre lo mejor, el trabajo de Rage Against the Machine. Sin restarles méritos, todos trabajaron su material después de los eventos, cuando Body Count lo hizo antes. Es decir, se anticipo, siendo el reflejo de las pulsaciones de disidencia que hervían en la sangre afroamericana, y esa sublimación artística de un sentimiento social no cualquiera lo logra.